Friday, January 28, 2011

Dear Mr. Facebook


Querido Mark Zuckerberg:

La cosa más insólita me sucedió ayer. Un mensaje de error apareció cuando quise entrar en el Facebook, a eso de las cinco de la tarde.
Supuse que, tal y como rezaba el aviso, era un fallo momentáneo. Pero, minutos más tarde, seguía sin poder conectarme a su magnánima network.
Me sentí tan solo, que, para aliviarme, decidí pensar que era un apagón general.


Busqué la noticia en los periódicos digitales, esperé que alguien comentara en el blog sobre el asunto, miré el correo de Gmail e incluso recuperé el otrora rey Messenger. El silencio como respuesta.
Después de dos horas más largas que dos desiertos, el Facebook volvió a estar disponible para mí, como si no hubiera pasado nada.
Las endorfinas rebrotaban generosas para tranquilizar mi espíritu.


Este episodio ocurría justo un día después de que leyera una preocupante noticia: pasar más de tres horas diarias conectado a Internet puede considerarse una adicción tan psiquiatrizable como la ludopatía.


Usted podría reírse ante esa noticia. Sabe bien que gran parte de su éxito se debe a que sus usuarios están TODO el día conectados.
En ello se basa el poder de Internet y sus páginas más famosas: la conexión perpetua, la atención total.


Durante el año pasado, Facebook se ha convertido en una herramienta similar al papel higiénico, el teléfono móvil o el cortauñas; en teoría, es prescindible, pero la vida cotidiana sería demasiado incómoda sin ella.


Pero Facebook ha cambiado poco.
Cuando ha introducido modificaciones en su apariencia o aplicaciones, se ha puesto el grito en el Cielo. En realidad, porque no traía ninguna mejora real y porque contravenía esa necesidad conservadora que siempre ha caracterizado a todo consumidor.
El golpe más ambicioso fue cambiar el "hacerse fan" por el "gustar". La conversión tenía su razón de ser; a una persona pueden encantarle muchas cosas, pero, en realidad, mata por muy pocas.


¿Somos fans del Facebook? ¿O simplemente nos gusta? Estoy seguro de que esa es la misma pregunta que se hace usted, Sr. Zuckerberg.
Con esa cuita, se decidirá a sacar, por primera vez, el invento facebookero al mercado bursátil durante este año. Será la prueba de fuego.


Como buena pieza de caballero posmoderno, usted ha pasado de ser un espectador de pantallas a ser el protagonista de una biografía no autorizada.
"The Social Network" nos cuenta la revolución integral que supone Internet, donde sólo basta una buena plataforma logística para convertir una idea básica en una empresa multimillonaria.


Aaron Sorkin, uno de los guionistas más importantes de la actualidad, ha narrado su historia al estilo de una fascinante saga de puñaladas traperas y arribismos sociales.
Usted ha quedado ilustrado como el gran beneficiado económico y la mayor víctima moral de su propio invento. Como los empresarios más decisivos de la Historia, en definitiva.


En un tiempo donde todos deberíamos estar enfadados y ser terribles, usted se ha detenido a medio camino.
Por un lado, el acceso a Facebook sigue siendo gratis y su meteórica ascensión ha dado el suficiente miedo a las corporaciones de toda la vida. Eso despierta entre nosotros una inevitable simpatía.
Por otro, la red social se ha revelado como una versión advanced de las estrategias básicas de la publicidad y el marketing.


No importa la apariencia con la que se presente, ni qué peajes se dejen de abonar.
Las grandes corporaciones siempre han vendido estilo de vida. Y el Facebook, aunque sea gratis, ya es parte de ese estilo de vida.


En dos años conectados, tal vez yo me haya ganado un billete al psiquiatra por mi severa adicción a su red social.
En cambio, usted se ha merecido la película favorita de los próximos Oscars, los multimillones que no tiene el mundo y, como contrapartida, la incertidumbre de los tiempos más malditos.


Salud.

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