Wednesday, February 2, 2011

De Repente, El Deseo


Entre el bullicio de Nueva Orleans, en un sórdido lugar llamado los Campos Elíseos, se recorta la figura de un hombre con la camiseta rota.
Borracho, húmedo y lloroso, Stanley Kowalski mira hacia el piso de arriba y grita: Hey, Steeeeellaaaaaa!.


Stella reacciona ante el grito de su marido. Demudada por el deseo, olvida su orgullo en el camino hacia la puerta.
Es reclamada una y otra vez.


Stella baja las escaleras despacio, con la espalda incitada cual gata, mientras Stanley agacha la cabeza y solloza, hundiéndose arrepentido en el cuerpo de su esposa.


Ésta le corresponde, asiendo su espalda con desesperación. Terminan por enzarzarse. Sexual reconciliación después de brutal pelea.


Cuando esa escena se interpretaba por primera vez en el Broadway de 1948, nadie había visto nada igual.


La prístina evidencia de que una señorita sureña se había transformado en la obediente esposa/perra de un polaco se proclamaba leyenda.
Y, más aún, cuando transitaba a la pantalla, dentro de una de las primeras películas voluntariamente adultas del cine norteamericano.


Todo por culpa del genio de Tennessee Williams, el dramaturgo de las esplendorosas decadencias y las magnéticas suciedades.


"Un Tranvía Llamado Deseo" es, sobre todo, la historia de Blanche Dubois, la hermana de Stella, que llega a la casa para informarle de que la propiedad familiar se ha perdido.
Entre hipotecas y descuidos, no queda nada de la plantación de Belle Reve. Sólo el recuerdo del pasado.


Blanche es la personificación de esa caducidad.
Se trata de una mujer cursi y pretendidamente embrujadora, incapaz de afrontar el marchitar de su belleza.
Blanche se esconde entre las sombras y usa el glamour como mecanismo de defensa ante la podredumbre que la rodea.


El núcleo dramático de "Un Tranvía Llamado Deseo" será el enfrentamiento que se vive entre los cuñados.


Blanche y sus bagatelas de falso lujo chocan frontalmente contra Stanley, un animal que juega al póker entre gritos y come con los dedos.
Kowalski es la representación de un nuevo mundo; urbano, pragmático, demoledor, sin más deuda que el simple presente.


La tensión crece entre los dos, a medida que pasan los días y la convivencia se hace imposible.
Kowalski ha preguntado por ella, y ha descubierto que todos la conocían bien en el pueblo que Blanche confesó abandonar.
Las revelaciones ponen en tela de juicio la supuesta rectitud moral de la invitada.


Stanley no soporta las mentiras, mientras Blanche es incapaz de mirar la verdad. Irrumpe la violencia, y Kowalski acaba por destrozar a Dubois.
De la misma manera que ha hipnotizado de deseo a Stella, Stanley encuentra también la excitación en seducir y violentar a su hermana.
Para Blanche, supone el último peldaño hacia la locura.


Deliciosamente barroca, con un gran sentido de la melancolía y una profunda sensualidad, "Un Tranvía Llamado Deseo" es más que el diagnóstico de represiones que resultó tan impactante en su día.


Opone los dos modos extremos de afrontar la realidad, simbolizados por sus protagonistas.
Por un lado, la fantasía, la imaginación, el mundo quijotesco de las ilusiones, que tapa neurastenias y mediocridades.
Y, por otro, la brutalidad, el cinismo y el materialismo como manera de moverse en un mundo atronador.


También ofrece un retrato exacto del machismo. No sólo en la descripción de la sublevación de Stella a su marido, sino también en la relación de Blanche con Stanley y Mitch.
Los dos hombres de la obra le exigen sinceridad, para luego mostrarse incapaces de aceptar la verdad.


La película de 1951 es una adaptación al pie de la letra de la obra, y puede ser vista como una modélica traslación del teatro al cine.


Dirigida por Elia Kazan, el mismo que levantó la función original en Broadway, la fuerza principal reside en sus cuatro actores.


El duelo entre Stanley y Blanche encuentra una buena similitud expresiva en el choque de distintos estilos interpretativos de Marlon Brando y Vivien Leigh.


El asunto Brando está más allá de cualquier consideración.


Es el momento clave del que fue, en cierta ocasión, el tío más macizo del cine y el mejor actor del mundo al mismo tiempo.


"Un Tranvía Llamado Deseo" es un clásico del cine de todos los tiempos y, como tal, su estatus se mueve entre lo notable de los resultados y la capacidad engrandecedora que otorga la mitificación.


Quizá fue la adaptación de Tennessee Williams menos perjudicada en su llegada a Hollywood.
La censura atacó con sus tijeras, pero Elia Kazan lo rodó todo, y la versión completa hoy puede ser disfrutada.


Sólo se echa en falta la homosexualidad de Allan Grey, sustituida en el guión cinematográfico por "debilidad".
El final de la película es distinto al de la obra original; en ésta, mucho más ambiguo y confuso en lo que respecta a la reacción final de Stella.


Llena de los siempre memorables diálogos del señor Williams - No se llamaba Hotel Flamingo, ¡se llamaba Tarántula! -, "Un Tranvía Llamado Deseo" no debería ser antecedente o influencia de obras que se proclamen herederas.
En todo caso, sólo debería ser repetida como se concibió y recreada con todos sus ingredientes.
Esa es la virtud de lo auténticamente raro y lo decididamente inimitable.

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