Friday, February 4, 2011

El Jefe


La humanidad se ha tropezado siempre con una privada frustración: es incapaz de organizarse y producir sin que se lo manden.
Aprovechando la confesa debilidad, los jefes se han erigido como los rectores del mundo.
Desde el mero supervisor hasta el más sacralizado emperador, todos los mandatarios aseguran que se elevan sólo por la prosperidad y la quietud de sus mandados.


Se revisten de necesarios, se adornan de legitimidad y, cuando alguien duda de sus funciones, se enfadan muchísimo.
Para ser jefe, para convertirse en rey, sólo hay que ser hombre, tener fuerza y demostrar probado carácter. O ninguna de las tres cosas. Simplemente, un morro descomunal y un inmoral sentido de la oportunidad.


Quien no tiene jefe, debe estar muerto.
Hasta los jefes tienen sus propios jefes, y éstos obedecen a otros, escondidos, en la sombra, moviendo hilos, vigilando desde esas oscuridades coppolianas para que la gente esté callada y sea obediente forever.


Los dueños de la Tierra suelen robar y mentir para perpetuarse en el poder.
Porque ya se sabe: el escalafón mola tanto como el oro. Quien sube, no concibe la posibilidad de bajar. Está más allá de su capacidad mental.


Las caricaturas tienden a ver al jefe como un señor pequeño que necesita la importancia. A veces, se le concibe como el dueño nominal, cual padre dentro de un matriarcado.
Es decir, se le permite que se crea el más grande, mientras los demás arreglan su incompetencia directora.


Cuando las mujeres han sido jefas, se las llama peores.
Vienen discutidas de antemano y deben imponerse de una manera más radical.


Frecuentemente, suelen ser unas desconfiadas workalcólicas, a las que le falta la escoba para salir volando.


Si las jefas son zorras, ellos son más bien capullos. Ahí aparece el clásico mandamás, que perpetua la posición machista en el universo de la oficina, haciéndolo todo por sus cojones.
Una amiga mía tenía un jefe que, para negar una petición de sus empleados, se señalaba los huevos y decía: "Estos te dicen que no".


Quizá una de las mayores frustraciones del ser social es su deber de callar y aguantar.
Es la condición prostituta de cualquier trabajo: necesitas el sueldo, la dignidad te la comes y, si quieres, lo insultas cuando no te oiga.


Tener el gusto de mandarlo a la mierda es una fantasía absoluta; para la gran mayoría, lamentablemente irrealizable.


Como siempre, lo recomendable sería encomendarse a la lotería.
Otra manera de zafarse es construir la propia empresa, pero se multiplica el riesgo y la dedicación.
Y nuestra aspiración, como buenos vagos de Dios, debería ser trabajar lo menos posible.


Pero se debe necesitar al jefe de una manera patológica.
Entre los recursos del porno, no impera el momento en que se lo manda a la mierda.
Abunda más la situación en la que el trabajador se humilla sexualmente ante él. Schadenfreude alert!


Como en una denunciable situación de acoso, el jefe requiere a su empleado que proceda a complacerlo si quiere seguir en su puesto o si desea ascender.
Una secuencia así explota el morbo de la relación desigual y la introducción de la dominación y el dinero en un ambiente cotidiano que se sexualiza.
En cualquier caso, es bastante probable que tu jefe no esté tan bueno, ni la tenga tan grande ni sea tal placentera máquina de follar.


Se dice que el verdadero liderazgo se consigue a través de una buena combinación de severidad y tolerancia.
Como un padre autoritario, el jefe puede sonreírte en un momento determinado para luego cambiar el rictus.
Síntoma de que quiere que te dés prisa y dejes de hacer el mono.
Oh, el mono. Si no fuera por él, ya estarías masturbándote todo el día y esperando que caiga la riqueza desde los árboles.


Ahí está la clave, en esa visión de que el ser humano debe ser económico, valioso y eficiente por narices.
Porque, bajo esa noción cultural del ente productor, se ha construido el dominio de todos los que están por encima de ti.


El jefe es el resultado de una concesión, más o menos, inadvertida.
Esa que entrega la soberanía propia a otros, que utilizan el dinero como arma coercitiva y fruta tentadora.


No está de más recordar lo obvio: si no fuera por la plata, en este mundo no trabajaría ni Dios.

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