Wednesday, February 16, 2011

Women At Work


"Podemos hacerlo", clamaba la publicidad de 1942.
La industria llamaba a las mujeres y las requería para que se incorporaran a los puestos de trabajo abandonados por los hombres.
En plena Segunda Guerra Mundial, se necesitaba cubrir la retaguardia.


En un fenómeno insólito hasta entonces, con una imagen marimacho que sólo podía ser entendida al calor del momento, la sociedad consideraba que las mujeres eran más valiosas fuera de sus casas.


Durante varios años, trabajaron infatigablemente en las más temibles cadenas de ensamblaje.
¡Oh, sorpresa, mundo! Las mujeres no sólo servían para componer exquisitas tartas de cereza, sino también para montar aviones de combate.


La imagen, asociada popularmente a la canción "Rosie the Riveter", se ha convertido en santo y seña del feminismo.
Rastreando en archivos escondidos y testimonios nunca oídos, se ha descubierto que incluso hubo mujeres que trabajaron en las minas durante el tiempo que duró el conflicto.


Como todas las conquistas femeninas durante el siglo, se dio un paso adelante para luego dar medio paso atrás.
Con el final de la Segunda Guerra Mundial, los hombres volvieron a casa y las mujeres recuperaron sus tradicionales lugares.
Rosie la Remachadora se quitaba los pantalones vaqueros y recuperaba la falda con vuelo. De vuelta a la tarta de cereza.


En otros países, el fenómeno ni siquiera había tenido ese recorrido de ida y vuelta.
Ahí está el ejemplo de "Cielo Negro", delirante denuncia sobre la ridícula condición femenina durante la España franquista.
Porque, en el subdesarrollo, encuentra marido o revienta.


Hay trabajos para hombres y cosas para mujeres. Esa ha sido la regla habitual y la norma ancestral.
La que trabajaba, lo hacía porque no quedaba otro remedio.
El trabajo femenino no se entendía como independencia, sino como una ocupación eventual antes de casarse o bien como la necesidad última de supervivencia.


La sociedad podía entender a la maestra, a la secretaria, a la enfermera y, cuando la ciudad se quería industrial, a la pobre nena de fábrica.
Pero mucho camino restó para llegar hasta que las mujeres franquearan la puerta de entrada de las Universidades y aspiraran a puestos laborales más ambiciosos.


Veinte años después de Rosie la Remachadora, el machismo todavía apestaba en las oficinas de Madison Avenue.
Una novela de la época, "The Best of Everything", contaba los dramas cotidianos de las jovencitas trabajadoras y advertía de los riesgos de confundir posible marido con fortuito rompecorazones.


De una manera más inteligente y esclarecedora, "Mad Men" ha destapado la verdad de las oficinistas de otros tiempos.
Los hombres que trabajaban con ellas las consideraban poco más que unos palmeables culos andantes.


Entre avances y contradicciones, el panorama terminó por cambiar.
El triunfo de la sociedad urbana a finales de los sesenta supuso la entrada definitiva de la mujer occidental en el trabajo.


Pero hasta en tiempos de la yuppie, aparecía el fantasma de la culpa y la noción de que se debía elegir entre un papel y otro.


La desigualdad de salarios, las posibilidades de promoción y el asunto del embarazo han sido los últimos caballos de batalla, que se siguen librando en la actualidad.


Pero ya lo dijimos: ser mujer y alcanzar el respeto no fue fácil ni lo es.
Sigue habiendo botas implacables, tanto físicas como mentales, y abundan los lugares en la Tierra donde "Cielo Negro" parece un chiste.
Y también existe esa ominosa ciudad fronteriza, que apila masacrados cuerpos femeninos como si fueran cáscaras de pipas de girasol.


A pesar de que muchas victorias no han terminado de cuajar del modo deseado, el siglo XX significó cien años de triunfos para las mujeres.
Porque, sí, podían hacerlo. Y lo más importante: fueron valientes y lo hicieron.

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