Tuesday, March 15, 2011

Troubles in "Glee" Paradise


Conocerla fue un placer desde el primer momento y, de repente, se convertía en fenómeno televisivo.
Hoy se la reconoce como una de las series más vistas y exitosas de la Catodia norteamericana.
"Glee" es una entusiasta gramola de canciones pop y una divertida comedia sobre la crisis, la imagen y la adolescencia.


Siempre hemos dicho que la amamos sin condiciones.
Pero nadie puede negar que esta segunda temporada ha dejado en evidencia muchas de las limitaciones de la serie.


Se debe principalmente a una pereza en torno al formato, los argumentos y otras elecciones artísticas.
"Glee" no deja de ser buena ni entretenida, pero podría ser mucho mejor.


En este segundo curso, la serie disfruta de una enorme popularidad, que ha asegurado su supervivencia, pero la ha hecho responsable ante una audiencia multiforme.


"Glee" debe contentar a todos los públicos, y ahí está la clave. Las buenas intenciones se anteponen a la acidez; el mensaje, a la revulsión.


Lejos quedan sus primeros tiempos.


Toda la incisiva melancolía del arranque de la serie ha quedado supeditada a ese vistoso espectáculo semanal, cuyos ingredientes se cacarean en la prensa con anticipación.
Ahora "Glee" es un carísimo vídeoclip, con momentos especialmente lacrimógenos y un diseño de producción cada vez más fastuoso.


Los restos de sus intenciones seriocómicas se han emplazado a los diálogos de sus mejores intérpretes.
Pero la repetición está a la orden del día. La trama no parece avanzar a ningún sitio; sólo se regodea en los seguros chistes y la lindura de los personajes.
En definitiva, "Glee" parece encantada de conocerse.


Sacrificar unas cosas por otras ha tenido una gran víctima.
La actriz Jessalyn Gilsig sigue acreditada en todos los capítulos como parte del reparto habitual.


Pero bien sabemos que Terri Schuester, la malvada esposa de Will, sólo ha intervenido en dos episodios de la segunda temporada. Y es muy probable que no aparezca mucho más.
Porque el carácter negativo y la funcionalidad corrosiva de ese personaje ya no tienen cabida en la serie.


El segundo episodio, "Britney/Brittany", hablaba de muchos de los defectos del nuevo rumbo de "Glee".


Primero, dedicar un capítulo entero a un repertorio con demasiado regusto a plástico, que deja indiferente a muchos.
Y, segundo, suponer que el homenaje significa copia.
Colocar a Lea Michele reactuando el "Baby One More Time", plano por plano, es una prístina muestra de vagancia.


En los primeros tiempos de "Glee", los números musicales eran más baratos, pero muchísimo más imaginativos.


Que un capítulo superficial viniera contrarrestado por el magnífico, hiperdramático "Grilled Cheesus", expresa la irregularidad de la serie.


Como resultado, impera una fuerte desorientación entre los seguidores.
Se espera el gran capítulo, se reza por el buen momento o se confía en que Gwyneth Paltrow vuelva y se quede.


Porque, por sí misma, "Glee" ya no garantiza la calidad.


La elección de las canciones ha pasado de ser fenomenal a un tanto dudosa.
Es obvio que "Glee" no quiere quedarse anclada en Journey y desea conectar con su público más niñato.


Confiar en Lady Antebellum, Ke$ha o Justin Bieber presenta un gran riesgo; no ha pasado el suficiente tiempo para calibrar su verdadera hondura.
¿Tendrán esas melodías la trascendencia pop deseada? ¿O ver "Glee" dentro de unos años supondrá escuchar un batiburrillo de olvidadas horteradas?


Como dirían las mejores madres: "Te lo digo porque te quiero".
No hay intenciones de parar de ver la serie, porque los buenos ratos que proporciona siguen siendo generosos.
Pero "Glee" debería perder el miedo a su propia audiencia, y transportarla a nuevos e inimaginables lugares, más allá del confort de lo que ya conoce.

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