Friday, September 16, 2011

El Sexo y El Espanto


¿Acaso nadie va a pensar en los niños?, pregunta una madre afligida.
Desde hace varias décadas, hay otra cuestión que exige primera respuesta, señora mía.
¿Los protagonistas de esta historia han follado ya o están en vías de hacerlo?


El sexo en las pantallas ha sido motivo de censura y persecución moralista. En muchas partes del mundo y según qué horarios, todavía lo es.
Pero nadie puede evitarlo.
Los medios de comunicación saben que excitando y provocando se ganan la atención que necesitan.


Padres preocupados, comunidades de vecinos y organizaciones religiosas se ponen de los nervios, y defienden a capa y espada la inocencia de sus hijos frente al sexo media.


Pero la inocencia ya no es lo que era. A un clic, la curiosidad humana está más que satisfecha.
Controlar el descubrimiento del sexo por parte de infantes y púberes resulta aún más utópico de lo que fue en su día.


El adorable Spencer Reed, estrella del porno gay, posteaba la siguiente foto en su perfil de Facebook.


Castro, el emblemático barrio de San Francisco, es conocido por su falta de complejos.
Una tienda así expone sus últimas adquisiciones en el escaparate, sólo tapando las monumentales erecciones.
El niño está viendo poco más que el culo de Samuel O'Toole en la portada de "Score! Game 2". Sin duda, una bonita imagen para llevarse consigo toda la vida.


Con el subtítulo de "Empiezan jóvenes en el Castro", la foto del niño ante el escaparate es divertida, deliciosamente incorrecta.
Y, quizá, muy perturbadora para sociedades donde el abuso sexual es alarma social.
Por tanto, valdría aclarar que no es lo mismo el sexo y los niños que el sexo con niños.
Hablando de lo primero, versamos sobre el inevitable descubrimiento de lo picante. Lo segundo es, sencillamente, la aberración criminal por excelencia.

En la mayoría de las ocasiones, que los padres exijan censura responde más a su propia incomodidad ante el sexo gráfico que a la salvaguarda de sus retoños.
Éstos, ante las escenas subiditas de tono, se reirán, no entenderán nada, se pondrán rojos como tomates, sentirán mucha culpa o no lo olvidarán nunca.
O, más probablemente, ya se lo habrán contado o lo habrán visto antes.


Calibrar qué deben o no deben ver, aspirar a explicárselo, ¿en realidad alguien sigue creyendo que eso es posible?


Más aún en la adolescencia.
En un episodio de la serie "The Big C", la protagonista descubre a su hijo viendo una película porno.


Se sienta a su lado y trata de establecer una conversación madura sobre la visión distorsionada del sexo que ofrece la pornografía.
El chaval protesta:
- Mamá, que tú me expliques una película porno, ¡eso sí me va a traumatizar de por vida!


En la siempre certera "The Good Wife", Zach Florrick descubre los pecados de su padre a golpe de Youtube.


Su madre intenta protegerlo, racionando el consumo de Internet y estableciendo normas.
Pero la curiosidad de Zach vencerá cualquier obstáculo. En realidad, se hará más fuerte y encontrará su resquicio.


Es el sexo y el espanto, una condición que nace con nosotros.
Siempre quisimos conocerlo.
Los sorprendimos en la cama. Apagamos las luces en los cumpleaños y jugamos a las tinieblas. Deseamos al príncipe de la Bella Durmiente y a Ikki.


Me enseñaste lo tuyo y yo te enseñé lo mío. Vimos aquella película, leímos aquel libro.


Lo vivimos con risas, preocupación y remordimiento. Con la melancolía aterrada, como diría Pascal Guignard.
Siempre fuimos sensuales; la adolescencia sólo lo hizo oficial.


Ante sexos, espantos y otros demonios, dicen que la buena educación es la clave, mientras la calmada naturalidad se imponga sagazmente a cualquier sanción represora.
En cualquier caso, la paternidad ha de ser un oficio horriblemente complicado. Porque es cierto que hay que pensar en los niños.

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