Friday, September 10, 2010

Sado y Maso


Desde el principio de los tiempos, el sexo ha sido candente motivo de preocupación para la sociedad.
La moral acabó por estigmatizarlo como una emoción oscura del ser humano; un asunto privado, que debía concernir a la relación entre el espíritu y la carne.
Extirpar las ganas de fiesta del cuerpo era preocupación de los que querían ganarse el Cielo.
Y los interlocutores válidos de Dios les dieron la solución: arrancarse el apetito sexual con disciplina mental y, a veces, física.


La gran paradoja es que el sexo se hizo más fuerte, más interesante y más misterioso, precisamente gracias a ese aspecto prohibitivo, obsceno y secreto que le había dotado la cultura judeocristiana.
Hazme bueno, Dios, pero no hoy.


El sadomasoquismo no quiere que el sexo pierda ese significado culposo, ni que la libertad del cuerpo suponga la anulación del morbo.
El sadomaso no es sólo la búsqueda del orgasmo a través del dolor y la humillación; es también la definitiva teatralización del sexo, con objetos de atrezzo, diálogos, personajes y contenido psicológico.
Su leit-motiv reside en las emociones más viscerales del ser humano: la violencia y el miedo.


Se dice que el sadomasoquismo es ideal para alcobas especialmente aburridas.
Reavivar la pasión de una pareja que ya se conoce demasiado puede resolverse en términos de juego de roles y en la ruptura de los límites de la prudencia.


El sadomasoquismo también se recomienda a gente con escasa potencia genital.
Casi todos los grandes sádicos han sido impotentes; es decir, si no le puedes dar un pollazo, dale un latigazo.
Y cuando llegan tiempos decadentes y sociedades terribles, el dormitorio prefiere vestirse de cuero. ¿A que sí, Tercer Reich?


La psicología ha analizado con preocupación todos los comportamientos sexuales que buscan el dolor de manera voluntaria.
Se han enumerado traumas y episodios, decisivos a la hora de construir un señor sádico o un bonito masoquista.


Sin embargo, la psicología se desorienta y se pierde con frecuencia en todos los grados del sadomasoquismo.
Hay muchos individuos que no podrían considerarse ni sádicos ni masoquistas, pero, en determinadas ocasiones, pueden ejercitar prácticas SM.


Desde los que sólo toleran una torta en el culo hasta los que se pirran por la Cruz de San Andrés, ¿en qué punto exacto está el problema? ¿O el problema es exclusivamente moral cuando se habla de adultos consentidores?


Una declarada masoquista llamada Vanessa Duriès escribió una novela-confesión llamada "La Atadura", donde describe las coloridas sevicias y floridas orgías a las que se prestaba, formando parte de la historia de amor que mantenía con su pareja.
¿Es esa devoción sin límites la prueba más contundente del amor? ¿O tan sólo un asunto que trasladar al manicomio?


Tedio, experimentación, añoranza patológica de la disciplina o simples ganas de melodrama, los caminos del sadomasoquismo son como el alcohol; sus más altas graduaciones sólo están recomendadas para los más valientes.

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