Friday, May 28, 2010

Clásicos y Rancios


Entre los amantes del cine, suele producirse una gran confusión.
Se mezcla lo clásico con lo rancio, lo vigente con lo desfasado, lo que ha quedado detrás con lo que debería conservarse.


Decía cierto profesor mío en un ataque de posmodernismo: "¡Basta ya! ¡Showgirls es mejor que All About Eve!".
Añadía que los diálogos de la película de Mankiewicz no hay quien se los crea y, mientras, en "Showgirls", sale nada menos que Gina Gershon.


Una gran verdad es que los cinéfilos tienden a ponerse pomposos frente a lo nuevo, y compararlo desfavorablemente con lo antiguo.
Como si lo de antes fuese, a la fuerza, mejor.


Olvidan la mil limitaciones del así llamado cine clásico; en realidad, el estadio primitivo e infantil de la narración cinematográfica.
Era el lugar seguro donde todas las cosas tenían un desenlace, y donde abundaban mensajes de sentimentalismo, represión, sexismo y todo lo que intentó inculcarte tu honorable abuela.


Si el cine de los primeros tiempos de Hollywood sigue teniendo caché es, ante todo, resultado del furor por lo retro.
La característica envolvente y escapista de las películas de entonces les ha dado un encanto primordialmente estético.


El estilo y el misterio de sus estrellas se mantiene imperturbable, y sus leyendas negras siguen fascinando. Y, en este blog, ha quedado claro todo esto último.
Pero, ¿la calidad intrínseca de las películas que protagonizaban esas estrellonas? ¿Y sus interpretaciones?
Ya lo dijeron Salinger, Vidal y Kael: falsísimas.


El artificio tiene la capacidad de volverse atrayente kitsch, pero todo lo que viene de fábricas y producciones en cadenas, acaba provocando sobredosis de plástico.


Echando un vistazo al catálogo de cine clásico, hay películas buenísimas, regulares, malas y bodrios más grandes que catedrales.


Esa variedad de calidades sucede en todas las épocas, pero, en este caso, la apreciación correcta se ha visto mediada por la mitificación.
La misma que hace parecer bueno lo que sólo fue derivativo y acomodaticio.
Muchas de las llamadas grandes películas de los años treinta, cuarenta y cincuenta hoy se observan con mucha indiferencia, y el paso del tiempo les ha sentado como una losa.


Tanto la censura como el propio candor del público de entonces llenaban de restricciones hasta las historias que se pretendían más subversivas.
Algunas están tan contenidas que resultan incomprensibles.


Sólo los maestros de la insinuación, del estilo de Lubitsch, Hitchcock o Lang, pudieron otorgar a sus películas un toque de lascivia.
Pero, aún así, no deja de ser un toque.


Y los que intentaron desafinar la balada, como Welles o von Stroheim, fueron rápidamente aplastados por la implacable maquinaria de las sonrisas y el star-system.


El esquema normativo clásico sigue vigente por su básico proceder, su mensaje directo al público y su presunta garantía de entretenimiento.
Tanto el cine como la televisión siguen apostando por historias tradicionalmente narradas, que pueden ser buenas o malas, pero aportan muy poco.


Si se quiere regalar algo a la generación, mejor reventar con nuevas ideas, que aburrir con viejas.
Destruyamos los tótems y construyamos unos propios.


Me aplico el cuento: ¡Viva Gina Gershon!

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